dilluns, de gener 09, 2006

No tengas miedo...

No tengas miedo se valiente: palabras dejadas no hace muchos días en mi corazón por un hermano al que no conozco pero que al igual que a mi, se que Dios está guiando su corazón. Y no de una forma superficial, sino profundamente arraigado en su interior.

No tengas miedo se valiente ¿a qué? me pregunté una y otra vez yo, ¿a que he de ser valiente? sin cesar me preguntaba en mi interior. Si yo amo a Cristo, si se que estoy en Cristo, si lo daría todo por Cristo mi Señor, si se... pero no, no sabía que Cristo aun no era la plenitud de mi vida. Ante mi desespero, ante mi desolación busque, busque en lo más profundo de mi corazón para hallar la verdad que no había en mi, pues a pesar de creer que Dios lo era todo para mi, en verdad puede ver i comprender que no, que aquello que yo buscaba y en verdad, era mi propia satisfacción.

Hermano, cuan profundo es Dios, cuan complicado y difícil es hallarle como Rey en lo más profundo de nuestro corazón y ser. Nuestra carne, nuestros anhelos, nuestros sentimientos, nos confunden una y otra vez, y nos llevan a pensar que Dios lo es todo, cuando en verdad y en lo más profundo de nuestro interior, Él aun no está, aun no se ha formado, aun no está siendo por nosotros glorificado, aun no es nuestro único Señor.

De rodillas y postrado a sus pies una y otra vez le pedía a mi Señor, ven a mi, si yo te quiero, si yo te anhelo, si yo te deseo, si yo lo daría todo por ti... pero no, no era la verdad del corazón, porque Dios era reclamado por mi, para que glorificase mi yo. Todo cuanto pedía a Dios era para gloria de mi yo, para sentirme a gusto con su presencia, con su unción, con su amor, pero que para nada era correspondido con mi corazón.

En fin, aquí me quedo, en esta parte del camino donde voy buscado y ahora ya si -al menos espero sea así- el verdadero amor de Cristo en mi, para poder dar y por siempre compartir la verdad de aquel que nos llamo a ser hijos verdaderos de Dios.

Sigamos andando el camino, sigamos negándonos a nosotros mismo y juntos llegaremos al final del desierto donde Dios y nuestro Señor Jesucristo, nos esperan ya como verdaderos hijos.