diumenge, d’agost 21, 2005

¿Qué me dijo Juan el Bautista? (I)

Mediante la misión encomendada por Dios a Juan el Bautista, el Espíritu Santo me reveló, en parte, la esencia misma del mensaje de Cristo, a su siervos. Es decir: al escudriñar detenidamente (Jn. 1.6-9), me fue mostrado claramente por el Espíritu Santo, aquello que corresponde a un siervo de Dios hacer con aquellos a quienes transmite su mensaje o enseñanza: ser un testigo humilde -luz para el camino-, tanto interna como externamente, que da testimonio de Aquel que es la Palabra y la Luz verdadera, por medio no solo de aquello que diga, sino del modelo de su vida misma, que no es otro, que el de nuestro Señor Jesucristo.

Los siervos de Dios tenemos muy claro que no somos la Luz -está en nosotros, pero no somos la Luz-, porque la Luz lo es uno solo, Jesucristo. Por ello, los verdaderos siervos de Dios, nos “limitamos” a dar testimonio o poner por obra, aquello que nos ha sido revelado por la Luz, y que no es otra cosa; que hacer ver que Aquel que es la Palabra y la Luz verdadera, no viene al mundo, sino que está aquí y que cualquiera que tome como referencia nuestra vida, obra y cruz, esta tomada a la vez de Jesucristo, ellos, los receptores del mensaje, también llegarán a ver la Luz verdadera: verán a Cristo, vivirán en y por Cristo.

La obra de Dios por medio de Juan el Bautista nos muestra un antes y un después: primeramente nos hace ver que todo en él fue obra de Dios y no de hombres. Ya que Juan vivió toda su vida en el desierto, fuera del alcance de cualquier influencia doctrinal o religiosa (vease con buenos ojos esto último). Sólo cuando estaba plenamente preparado y llegado su momento, apareció en público para dar a conocer el mensaje que Dios había predispuesto en él, y que no era otro, que anunciar simple y llanamente la venida de Aquel que “todos” estaban esperando: el Mesias, Jesucristo, el único que ha de ser seguido. (siempre habrá seguidores del mensajero, pues Juan mismo los tuvo, pero estos siempre andarán dudando, perdidos y lejos de la verdad y el buen camino).

Por otra parte: una vez Juan el Bautista dio a conocer quien era Aquel que "todos" estaban esperando, termino su obra, y por consiguiente, su ministerio aquí en la tierra. Fue el Espíritu Santo quien me hizo ver, a través de la Palabra y obra de Juan el Bautista, que una vez hemos dado a conocer a Aquel que anunciamos, y este -Jesús- ha entrado en verdad a gobernar la vida del creyente por medio del Espíritu Santo, este deja de ser responsabilidad del mensajero (siervo), pues el creyente que ha aceptado verdaderamente el mensaje, pasa ha ser guiado por Jesús mismo a través del Espíritu Santo. De ahí lo indicado por Juan el Bautista en (Jn. 3.30). Ahí "termina" la obra del siervo de Dios en el "niño creyente".

Ahora, este nuevo "joven siervo", y una vez terminado su aprendizaje de la mano de Cristo, empezará su ministerio en aquello que haya predispuesto Dios, en y para el nuevo siervo. En otras palabras: damos a conocer como llegar a Jesús y "nos apartamos" cuando veamos que en verdad reposa en el creyente el Espíritu Santo; pues ya poco más -sólo consejo a sus dudas- podemos aportarle. Es aquí, entre otras cosas, donde están fallando tantos y tantos intentos del hombre por llegar a establecer el reino de Dios aquí en la tierra, ya que no se dan cuenta que no se trata de retener a los creyentes a -digamoslo así- toda costa, en una determinada congregación para que crean y acepten aquello que allí se les enseña como única verdad verdadera, sino todo lo contrario: hay que mostrarles el camino y la verdad, y una vez lo hallen y conozcan, dejar que anden "a solas" con Cristo, por medio del Espíritu Santo prometido.

!Mi Señor Jesús, ven pronto!

Todo cuanto el Espíritu Santo hace en mi, así es, así te lo cuento.