divendres, d’agost 19, 2005

El principio

Cuando mi Señor se me dio a conocer, me encontraba yo en una situación que tan solo Él conoce. Digo tan solo Él, porque siquiera yo soy capaz de recordarla. Estando solo, perdido y sin sentido en la vida, Él me tendió su mano y me dio conocer la verdad. Pero esta verdad no era la que el mundo –su mundo– me había mostrado, sino una más profunda y que tan sólo Él, podía revelarme por medio del Espíritu Santo prometido.

Fueron momentos llenos de alegría. Momentos en los que de nuevo me sentí nacer. ¡Sí, nacía de nuevo!. Otra vida, otros pensamientos, otro ser, otros… Había en mi una fuerza extraña que corría todo mi ser. Una fuerza infinita. Era como una luz que nunca se acaba...

Fue entonces cuando pude ver y comprender que la humanidad perdía día a día el temor a Dios. Que cualquier cosa o persona estaba por encima de Él. Nadie ya se acordaba de Sus Palabras. Palabras llenas de consejos, de enseñanzas, de advertencias… Palabras que tan solo un Padre puede darle a su hijo amado. Ya nadie le respetaba. Al contrario: habíamos vuelto ser aquello que Él mas detesta. Habíamos vuelto a creernos dioses; juzgábamos, imponíamos, decretábamos, excluíamos, detestábamos, impedíamos, obligábamos… conforme nuestras voluntades y no las de Dios. Estábamos negando al mismísimo Espíritu de Dios, el mismísimo Espíritu Santo que su Hijo con su muerte nos dio. Nuestros actos no sólo nos impedían llegar a conocerle, sino que impedíamos con ellos que los demás –aquellos que en verdad quieren conocerle– le conociesen.

Día a día recurrí a lo que el Padre en su momento me enseñó, aquello que con tanta paciencia y amor me mostró como único camino para llegar en verdad a entenderle, a respetarle, a quererle. ¡De nuevo volví a orar!. Esta vez con voz fuerte y rasgada le Dije:

-Padre y Señor mío, tu que me sacaste de lo más hondo de la humanidad. Tu que me diste de nuevo la vida. Tu que me rescataste de las tinieblas donde yo vivía. Padre ¿por qué?. Por qué me sacaste de la miseria infinita de la humanidad para mostrarme que nada ha cambiado. Que nada ha dejado de ser como desde el principio. ¿Por qué?. De nuevo le pregunte…

No fue una respuesta inmediata, más bien todo lo contrario. Fue una respuesta lenta, de larga espera. Una respuesta que se hizo en ocasiones desesperante y en otras desinquietante, una respuesta que me hacía morir... Una y otra vez oía como el dictado más profundo de mi corazón y a través de la oración me daba la misma respuesta. ¡Desde el Principio! ¡Desde el Principio!… Sí, una y otra vez resonaban en mi interior como tambores de guerra las mismas palabras ¡Desde el Principio!...

Fueron pasando los días y con ellos, mi desconcierto iba en aumento. No lograba entender el por qué de esa insistencia por parte de aquel que hacía apenas unos meses atrás me había mostrado un camino mejor. El único. El que en verdad me llevaría al reino de Dios. Me sentía angustiado y de nuevo perdido en la más grande de las soledades. Me sentía de nuevo vacío, solo y desorientado. Tan solo podía preguntarle una y otra vez… ¿Por qué Padre? Dime el por qué. De repente, cuando ya estaba al límite de mis fuerzas, cuando creía que todo había sido una vana ilusión, que quizás todo había formado parte de mi imaginación. Le oí de nuevo, y esta vez, con más fuerza que nunca me dijo:

- Acuérdate del principio de nuestra relación. Acuérdate de quien te sacó. Acuérdate de nuestro pacto. Ten fe en aquello que viste escrito en tu corazón. Cree en aquello que yo te mostré en lo más profundo de tu ser.

Finalmente logré; logré entender aquellas palabras que durante tantos días habían estado quemando mi interior. Ahora ya sabía su significado. Ya sabía lo que de mi Él quería. De nuevo se producía en mi el milagro. Una vez más el Padre mostraba su plenitud, su poder, su gloría y lo que más… de nuevo me dignificaba como ser. Entonces caí postrado a sus pies y le pedí perdón por haber olvidado el mandamiento que en el principio de nuestra relación me dio:

-Sírveme solo a mí, porque soy un Dios celoso y no permito ser compartido con nadie. Yo soy tu Dios. Sólo Yo fui capaz de sacarte de donde estabas, y no dejaré que nadie te aparte de mi. Haz saber a todos que Yo de nuevo vengo y que nadie ya volverá jamás a quitarme ninguno de mis corderos. Levántate y dile al mundo entero. !EL REINO DE DIOS SE HA ACERCADO!.

Todo cuanto el Espíritu Santo hace en mi, así es, así te lo cuento.