divendres, de novembre 10, 2006

Obras ocultas

“…De allí que predicar, tal como todavía lo dicen muchos ministros, sin tocar el tema demoníaco, es tan incoherente como hablar del evangelio sin anunciar la salvación”.

Leyendo la “palabra del día” que mi querido hermano Néstor A. Martínez publica en su web ministerial, comparto la impresión que me causo y en concreto, su frase última. Destacando que nada tiene que ver con el propósito inicial de su comentario, pero que sí y mediante él, recibí la luz y palabra que a continuación quiero compartirte hoy.

Como bien tú debes saber; son muchos los que predican una vida futura, un día de mañana eterno después de la muerte, una nueva vida después de la presente, en Cristo Jesús. Bien, ello es incorrecto, te diría yo incluso -por no decir del todo seguro- una doctrina con entremezclados matices carnales y anímicos muy bien encubiertos por la tradición y pasar de los años y como no, por la inevitable necesidad de subsistir por siempre, aunque bien sabemos -o deberíamos de una vez reconocer- que ello no es posible en este cuerpo carnal que Dios y en su gracia nos ha dado para Su gloria.

Sin darnos cuenta, el buscar a Dios por un día de mañana eterno, por una nueva vida, en Cristo Jesús, es un oculto reconocer que no se quiere morir, que no se quiere dejar de ser, de existir… Y de no ser correctamente ministrado conforme a la verdad del Evangelio, puede terminar condicionando el más profundo ser anímico y carnal, y por ello; terminar siendo (entre otras cosas) causa de no haber logrado entregar la vida anterior que necesariamente a de ser crucificada hasta la muerte y sin reserva alguna, absolutamente ninguna, porque así Dios Padre lo dispuso para con todos sus hijos.

¿Por qué digo esto? bien, sencillamente porque nuestra fe ha de ir creciendo hasta lograr entender y creer a la verdad que, en Cristo el Señor, todo está hecho, consumado, y por lo tanto, deja de desearse aquello que en la gracia y misericordia de Dios Padre nos has sido ya dispensado.

Como todo deseo, una vez logrado y en un primer momento, uno se goza de ello, después se habitúa, y finalmente; se tiene la certeza y convicción de que por siempre lo disfrutaremos porque lo vemos (la vivimos) cada día y en cada momento, por lo tanto, nuestra vida, y en este caso, nueva vida eterna por Su gracia recibida, ha de empezar a centrarse en otros aspectos de la vida en Espíritu, en otras metas, en otros neceseres, y que en el caso de los que creen a la verdad en Él, bien saben que será Dios mismo quien les irá proveyendo en cada momento y a tal cual vaya siendo necesario para el bien de toda la Iglesia y Cuerpo de Cristo, y el suyo propio.

Por lo tanto, si no logramos creer plenamente y a la verdad que, en Cristo el Señor, hemos muerto y nuevas criaturas somos por que de Él y en la gracia recibida de Dios Padre, por su amor, por que así Él lo dispuso, hemos nacido de nuevo; nada habremos logrado por la sencilla razón que inevitablemente continuaremos andando por obras de la carne y mediante las cuales, nuestro más profundo ser anímico aun no quebrantado y por ello, no entregado y sometido a la voluntad de Dios, pretenderá aun justificar su salvación, o si se prefiere, vida eterna que de Dios Padre y en su gracia recibimos al creer en Su Hijo.

No es fácil lograr comprenderlo a primeras, bien lo se, se necesita tiempo y por sobre todo; la gracia de Dios Padre para a la verdad entenderlo y por ella; lograr verse en la necesidad imperiosa de reconocer que ante Dios y Jesucristo el Señor todo está hecho, consumado, que nada somos, que nada podemos, y, que todo lo anterior ha muerto y ahora ya, en su gracia, nuevas criaturas somos por Él, y, en Él.

Hemos muerto, hemos nacido de nuevo, todo está hecho, consumado y simplemente hay que ir tomando a tal cual Dios nos va dado en su gracia, y conforme su luz nos va llegando; entendemos, andamos y como no, vencemos. Por lo tanto; toda obra que de nosotros mismos nazca, que por nosotros mismos realicemos, con la pretensión de ganarnos -o no perder- la salvación y vida eterna que al creer y a la verdad, en Cristo Jesús, tenemos conforme a la promesa de Dios Padre, será y siempre una obra carnal, anímica y pretenciosa; condenada a muerte, a desaparecer, sin valor alguno, ya que por mucho esfuerzo y entrega que nos haya supuesto, nada habrá logrado ante Dios, para por ellas ser salvos.

Es la Palabra quien bien nos dice que nada somos, nada tenemos, que todo cuanto podamos ser y somos, de Él, y en su gracia, lo hemos recibido. Nada hay en nuestro pecaminoso ser anterior que pueda lograr ganarse la nueva vida que por creer en Cristo el Señor y en gracia de Dios Padre recibimos, ya que esta vida viene y vuelve de donde siempre y para siempre ha existido, de Aquel que es el Dios eterno, el Cristo, el Hijo del Dios viviente.

Que Dios les bendiga.