dijous, de gener 24, 2013

Todos hemos pecado a los ojos de Dios!


Nunca digas que eres buena persona. Ni siquiera el Señor Jesucristo, que es sin pecado, se atrevió a hacer semejante afirmación. De hecho, cuando una persona le dijo —"Maestro bueno", el Señor le contestó: —“¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios”. Y si el Señor Jesucristo dice que "ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios”, esta es la verdad que se debe creer por sobre nuestros pensamientos y entendimiento, y por muy buenos que nosotros mismos nos veamos y consideremos.

Decir que somos buenos es lo mismo que declarar que el Señor Jesucristo no dice verdad cuando afirma que “ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios”. Y más cuando la misma Escritura, en otro lugar, nos dice que "no hay ni un solo justo".

No digas que eres bueno, porque si verdaderamente fueses buena persona, si fueses justo a los ojos de Dios, no necesitarías para nada al Señor Jesucristo, puesto que él no vino, no sufrió el calvario, por los justos, no, sino que claramente el Señor nos dice —“Yo no he venido a llamar a los justos, sino los pecadores”.

Tú dirás: —pero es que yo no he hecho nunca mal a nadie, soy buena persona. Bien, la Escritura nos dice que aquel que incumple un solo mandato, incumple toda la ley. E incumplir la ley es cometer pecado a los ojos de Dios. Y claramente de nuevo la Escritura nos lo dice: “la paga del pecado es muerte”. Es decir; que aquel que peca, que incumple un solo mandato, ya merece a los ojos de Dios su juicio, ya ha pecado ante él.

Ahora, llegados aquí, tú mismo hazte la siguiente reflexión para ver si has pecado alguna vez o no lo has hecho nunca. Y si tras reflexionar sobre la palabra de Dios, tú, ante él, puedes convencerlo que nunca has cometido pecado, tal vez podrás decir que eres bueno. Pero si la palabra de Dios te muestra que has incumplido el mandato... Leamos la palabra de Dios:

Gálatas 5.14.- En efecto, toda la Ley encuentra su plenitud en un solo precepto: ama a tu prójimo como a ti mismo 

Toda la Ley, todos los mandatos de Dios, todo aquello que a Dios le gusta, como hemos leído, encuentra su plenitud en un solo precepto, un solo mandato: AMA A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO.

Ahora se sincero ante Dios: ¿Amas a tu prójimo como a ti mismo? ¿Todos los días? ¿En cada momento? ¿Sin acepción de personas? ¿Estás seguro? Hay que tener en cuenta que no se trata de intentarlo, no, sino de cumplirlo, porque en el momento que dejamos de cumplir un mandato, una única vez, tan sólo un momento, ya hemos incumplido, porque así está escrito y por parte nuestra, toda la ley. Ya hemos pecado y hemos dejado de ser buenos y justos a los ojos de Dios.

Un ejemplo: ¿cuando has dado ropa a una persona necesitada, se la has dado nueva o, al contrario, te has comprado tú la nueva y has dado la que ya no te hace gracia? Si lo has hecho así queda claro que no has amado a tu prójimo como a ti mismo, sino que te has amado más, mucho más, a ti mismo, por lo cual: MANDATO INCUMPLIDO, Y PECADO ANTE DIOS!

Reflexiona sobre tu actitud en todas las áreas de tu vida, y mira si has sido capaz todos los días de amar a los otros EXACTAMENTE como te has amado a ti mismo... Ya tienes la respuesta, ¿verdad? GLÒRIA A DIOS, para ello vino Jesús, para buscarte a ti, y mediante su palabra y obra, hacerte ver que no eres bueno ni justo a los ojos de Dios, pero gracias a tu fe en él, cuando le aceptas como tu salvador, Dios Padre te perdona todos los pecados que has cometido. Esta es la base y fundamento del Evangelio que nos ha dado a conocer nuestro Señor Jesucristo. ¿Entendidos?

Hace falta reflexionar y ser sinceros ante Dios. Y si la palabra que hoy has leído te ha mostrado que no has guardado el mandato, es el momento de pedir perdón a Dios Padre y darle las gracias por su Hijo Jesucristo y todo aquello que por nosotros ha hecho, hace y hará.

En Cristo Jesús, Raül Gil