El Señor os bendiga.
1Cor. 15:50.- Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción.
Hoy,
orando, he podido contemplar y de nuevo el rostro de Cristo. Siempre
que ello y por su gracia nos es dado, siempre que él se deja ver,
quedamos nosotros totalmente al descubierto y nos son mostradas las más
ocultas intenciones de nuestro corazón. Tanto las buenas, como las
malas. Ambas nos son mostradas cuando le pedimos al Señor que sea él
quien nos juzgue, quien nos escudriñe, quien saque a la luz las
verdaderas intenciones de nuestro corazón. El Señor no duda en
mostrarnos como nos ve él si así se lo pedimos, si le decimos: Señor
muéstrame como me ves tú!
Incomprensible para la mente carnal, para la vida anímica, he entendido que, aquello que pido al Señor para mi vida
en oración reclama de una tremenda disciplina, de una constante
corrección. De ahí que sobre mi y constantemente esté obrando la mano de
Dios sin descanso alguno. Por ello es que desde hace mucho tiempo no alcanzo ninguna satisfacción para mi carne, para mi yo. De ahí que en nada
crezco, que en apariencia en nada soy bendecido, a tal cual mi ser y
mente carnal entiende debería ser la bendición.
Si le pedimos a
Dios ser verdaderamente humildes, él esta petición la escucha, la toma
muy en serio, y empieza la obra del Espíritu Santo en nosotros. Pero
claro, la verdadera humildad es muy distinta y distante de aquella que
el hombre entiende por ser humilde. Y para llegar a poseerla, primero,
uno ha de ser quebrantado, roto, humillado... y ello tiene un precio: EL
"YO" QUEDA ANULADO. El gozo para si, el reconocimiento, la satisfacción
personal, el recibir nada a cambio, queda excluido y en cada vez más
alto grado.
Si le pedimos a Dios que divida nuestra alma de
nuestro espíritu; de nuevo le estamos pidiendo que aplique disciplina y
corrección. Y ello tiene un precio, siempre es el mismo, la aniquilación
del yo tan arraigado en nuestro ser carnal y anímico.
Si le
pedimos a Dios amarle más; de nuevo le estamos reclamando disciplina y
corrección, porque el hombre natural NO PUEDE AMAR A DIOS. Y el Espíritu
Santo obrará nuevamente para llevar nuestro yo, nuestro ego, nuestro
ser anímico y carnal, a la cruz juntamente con Cristo.
Si le
pedimos a Dios que todo en nosotros sea para su gloria, que esta no le
sea robada, que todo en nosotros sea luz y sal; de nuevo estamos
pidiendo a Dios que quite de nosotros toda intención personal, toda
ganancia, todo reconocimiento por parte de los demás que reclame y, por
ello llene, nuestros egos...
Son estas, las oraciones en Espíritu y Verdad, las que terminan provocando en nuestra vidas tanta aparente contrariedad y desdicha incapaz de ser entendida y mucho menos aceptada por nuestra vida anímica. Oraciones estas que sí son escuchadas por Dios. Oraciones que reclaman que la cruz de Cristo obre en nuestras vidas hasta lo más profundo de nuestro ser. Oraciones donde el yo, el ego, el mirarse a uno mismo, no tiene lugar, porque son oraciones que reclaman que la cruz nos sea aplicada en nuestras vidas vez tras vez y, cada vez, en más profundidad. Y la cruz, mi querido hermano, es un morir, un desprenderse de la vida anterior para la gloria de Dios.
No
recuerdo haberle pedido nunca a Dios, en su presencia, en plena
comunión, nada para mi conforme la mente carnal, conforme el ser anímico
desea. Si que lo he hecho por momentos, y en diversas ocasiones, cuando
me dejo llevar por los sentimientos y las emociones, pero nunca en
comunión plena, nunca en su santa presencia.
Ahora entiendo el por
qué de muchas de las actuales aparentes carencias que en mi vida se
dan. Ni más ni menos que todas ellas me "obligan" a que Dios sea el
centro, a tal cual en oración le ha sido pedido. Peticiones que como ya
he dicho, reclaman y precisan de un alto grado de disciplina y
corrección. De un entrenamiento diario que produce dolor, en el alma, en
todo cuanto procede de nuestro yo y que es un impedimento para el que
ha sido, en oración verdadera, el anhelo y deseo más profundo de nuestro
corazón ante el Señor. Corazón este ahora si de carne, que no de
piedra, y que nos ha sido dado por Dios.
Mi querido hermano,
entiende bien: si pides a Dios conforme a su voluntad, a tal cual el
corazón de Cristo, ten por seguro que todo deseo nacido de la carne que
en ti se de, de modo alguno podrá tener lugar. El Espíritu Santo obrará y
obrará, hasta que cada uno de ellos sea llevado a la cruz juntamente
con Cristo. En la vida nueva, el yo, no tienen lugar y cabida alguna: LA
CARNE Y LA SANGRE NO PUEDEN HEREDAR EL REINO DE DIOS.
Mat. 7:14.- porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo sea con todos vosotros, amén.
En Cristo Jesús, Raül Gil
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada