Mi Dios, en ti confio. He de darte las gracias por haber puesto tus ojos en mi, tu humilde servidor.
Mi Señor, deseo tanto conocerte. Deseo tanto ser como tú. Deseo tanto dejar de ser yo; de mirarme a mi mismo, de entregarme plenamente a ti, de ser como un niño necesitado y totalmente dependiente de ti. Deseo tanto contemplarte cada día mi Señor; en cada momento, ante cada situación. Es mi anhelo hoy.
Largos silencios, tus silencios, me hacen ver verdaderamente quien soy: nada sin ti mi Señor.
En tu bondad y misericordia, mi Dios, nos creaste semejantes a ti, con esplendor. Nos diste plena libertad de elegir, de ser como tú, de ser a imagen y semejanza del Creador: en ello está nuestro error: sucumbimos, todos por igual, a la tentación de ser igual a ti, mi Dios.
¿Qué puedo pedirte mi Señor?... ¿Qué más puedo pedir mi Dios?; tanto nos amaste que nos diste a tu unigénito Hijo. Mi Señor y mi Dios... ¿qué más puedo pedirte?.
Palabras me faltan. Y ello me alegra mi Dios. Porque cuando más ando junto a ti, mi Señor, más voy aprendiendo que sin ti nada soy. Que eres mi todo, que sin ti nada puedo, que necesito y cada día de tu vida, de tu gracia, de tu don.
Largas noches de silencio, que hoy; empiezan a tomar su verdadero sentido. Porque tú mi Dios eres el Dios vivo. En ti vivimos mi Señor.
Silencio. De nuevo el silencio. Gracias mi Dios.
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