diumenge, de març 15, 2009

El perdón de los pecados...

Gal 1:3 Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo derramen su gracia y su paz sobre ustedes. 4 Jesucristo se entregó a la muerte por nuestros pecados, para librarnos del estado perverso actual del mundo, según la voluntad de nuestro Dios y Padre. 5 ¡Gloria a Dios para siempre! Amén.
Por el delito de Adán toda la humanidad fue apartada de Dios, de Su gloriosa presencia y don. Por la transgresión de un solo hombre la muerte entró en el mundo y, por ella, Satanás mismo entró a gobernar en el mundo y sobre cuantos son del mundo, es decir, todos quienes niegan a Jesucristo como su Señor y Salvador.

Quienes no creen en Jesucristo y no están unidos a él por medio de la fe son, como está escrito; hijos del maligno, destituidos de la gloria de Dios, apartados de su presencia y muertos en sus pecados, los cuáles son fruto del pecado que en todos mora. No olvidemos que pecamos porque el pecado está en nosotros. No, no somos pecadores por pecar, sino que pecamos porque somos pecadores, porque el pecado mora en nosotros. O como nos lo enseña el apóstol Pablo: por la ley del pecado que está en nuestros miembros, en nuestra carne.

Es en Cristo, al creer y en verdad en Cristo Jesús, es decir, cuando por gracia de Dios somos unidos a él, por medio de la fe, que somos vueltos a Dios. Pero no porque Dios perdone el pecado que mora en nosotros, no; sino que es por medio del sacrificio de Cristo, de su sangre derramada en el Calvario, que somos librados y echos aceptos en el Amado.

Tengamos en cuenta que según está escrito: NO HAY PERDÓN DE PECADOS SIN DERRAMAMIENTO DE SANGRE. Y conforme Dios ha decretado, es necesario de llevar a cabo sacrificio por el pecado para que tenga lugar la remisión (perdón) de los pecados.

No olvidemos nunca que quien ofreció el sacrificio, único sacrificio válido y perfecto, lo fue Jesucristo, que NO nosotros. Nosotros no hemos ofrecido –ni podemos ofrecer– ningún sacrificio expiatorio ante Dios por el perdón de nuestros pecados y, menos aun, por el pecado que en Adán todos incurrimos. Es Cristo Jesús quien fue ofrecido en sacrificio una vez y para siempre, para perdón de los pecados. Y es en la propia carne del Hijo que Dios condena, que destruye, el pecado y le quita todo su poder. Pero en el Hijo, en su carne, que no en la nuestra. 

No, en nosotros sigue morando el pecado, sigue estando presente la ley del pecado que nos impide hacer lo bueno que quisiéramos y que solamente Dios, a quien doy gracias por medio de nuestro Señor Jesucristo, puede librarnos.

Jesús, el Cordero de Dios, quita el pecado del mundo ofreciéndose en sacrificio agradable a Dios por todos nuestros pecados, pero él, que no nosotros. Nosotros no hemos ofrecido a Dios ningún sacrificio, sino que es Dios mismo quien nos ha dado a su Hijo, en la cruz, para remisión de nuestros pecados, de todos nuestros pecados. Y a su vez, en Cristo, en unión a Cristo, somos librados del pecado y su poder.

Pero estemos atentos, Dios nos libra del pecado que por causa de Adán todos hemos contraído, y nos perdona de todas nuestras transgresiones y pecados, siempre que andemos con Cristo conforme la enseñanza del Evangelio: creyendo en Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, y teniendo muy en cuenta que es él quien fue ofrecido por Dios en sacrificio perfecto y único. Él ha pagado el precio del rescate derramando su sangre en el Calvario, condenando al pecado en su propia carne, redimiéndonos y hecho, en unión a él, salvos.

Nosotros, sin Cristo, nada tenemos para ofrecer a Dios. Y por supuesto que nadie puede ofrecerse así mismo a Dios como sacrificio expiatorio por sus pecados –ni los suyos ni los de nadie–. Inexorablemente hemos de tomar de Cristo Jesús; de su muerte, de su sacrificio, de su sangre derramada en la cruz, de su resurrección, para en verdad poder ser salvos.

No olvidemos que es Jesús quien murió en la cruz. Es él, por voluntad del Padre, quien se ofreció en sacrificio, en ofrenda única por el pecado. Quien condenó y destruyó el poder del pecado venciendo a Satanás mismo en la cruz. Todo ello LO HA HECHO CRISTO POR NOSOTROS, que NO nosotros.

Tengamos siempre presente que nada podemos ante Dios sin Cristo Jesús. Todos necesitamos del Hijo, de su obra consumada. Y él es quien murió, quien ha pagado el precio por nuestro rescate. Y es ahora que nosotros, al Creer en él y tomar su muerte como nuestra propia muerte, al estar por medio de la fe juntamente con él crucificados, que su sangre derramada nos cubre todos nuestros pecados y somos librados, por gracia de Dios Padre, del poder del pecado y su pago: la muerte.

Hermanos, que nuestro Señor Jesucristo derrame su gracia sobre todos ustedes. Amén.