dissabte, d’agost 11, 2007

La humildad...

La humildad y reconocimiento público de las faltas nomás puede aprenderse ante la Cruz de Cristo cuando por la gracia de Dios y, cada día, uno aprende a llevarla. Es en la oración, privada, personal y única, que podemos llegar a la presencia de Dios. Es cuando en verdad su luz nos es dada e ilumina las partes oscuras de nuestro más profundo ser carnal y anímico, el cual está lleno de tinieblas, que logramos ver y en verdad nuestras más pecaminosas miserias.

Y ello no es porque uno se esfuerce y por si mismo, no porque uno lo evite o lo pretenda, no, ello nomás es una tapadera... solo es verdadero cuando la Cruz de Cristo obra en nuestras vidas, cuando ante su luz vemos nuestras miserias, cuando entendemos que siempre estaremos llenos de todo ello y que, nomás, cuando somos iluminados por su presencia son vistas y en verdad crucificadas, y por siempre, nuestras pecaminosas debilidades y faltas.

Ello lleva toda una vida, siempre constante y hacia adelante, donde la carne, la prioridades y demás frutos de ser anímico nada pueden ni tienen cabida alguna. De ahí la necesidad de una comunión constante, y mediante el Espíritu, para lograr ir limpiando de impurezas todo cuanto impide que la vida de Cristo, su Espíritu, tenga libertad de manifestarse y por ello, dar a conocer al Cristo, el Hijo del Dios viviente.

Ahora, es deber de cada cual el pedir luz y entendimiento de la Obra de la Cruz, la cual, hay que cargar y aprender a llevar cada día. Nomás así, y mediante ella, se logra la santificación. Nomás así se logra estar lleno de su vida.

Cuando algo se interponga entre nosotros y Dios, desde ese momento, el Espíritu Santo dejará de obrar, pues estará contrito, hasta que restablezcamos o demos solución a nuestra falta, error, o cualesquiera sea la causa debida.

Les bendigo